Mientras mi mujer atendía casi profesionalmente a una de las italianas (la del ataque de nervios, porque la otra no se enteraba de nada) comenzó para mí una nueva fase en esa aciaga noche: me subí a la valla y dándole el culo a la muchedumbre me apoyé en los camiones y me propuse que al hueco no saltara ni Dios.
Os aseguro que hubo gente que intentó saltar, pero a mí no había quien me moviera de la postura que había adoptado. En alguna ocasión me dí la vuelta para pedir que por favor no intentaran saltar la valla, que no había sitio para mas, que había gente enferma… pero no me hacía ni caso. Creo que no ayudaba mucho la nariz roja de payaso que llevaba puesta, me parece que me quitaba credibilidad. Ahora creo que debí sacármela.
A todo esto yo seguía allí subido, sudando de lo lindo. En vez de ir a celebrar la entrada del año nuevo parecía que estaba defendiendo el fuerte. Mi hija estaba de lo más tranquila chateando con sus amigas con la Blackberry ajena a lo que estaba acaeciendo a su alrededor (bueno, tiene 15 años con lo que ello supone de inconsciencia), mi hijo estaba asombrado analizando la reacción corderil (de cordero, de oveja, de “adonde vas Vicente, adonde va la gente”) de aquella masa de personas fuera de sí, zarandeadas para todos los lados. Mi mujer ya había conseguido tranquilizar a la italiana, la otra ya había despertado y los italianos seguían con sus vasos de plástico en la mano con cara de gilipollas.
Llegados a este punto yo ya me temía lo peor. Faltaban 2 o 3 minutos para las 12 de la noche y yo pensaba que aquello no iba a aguantar. La presión en esos momentos era insoportable. Sin saber como apareció una chica encima de la valla con la cara descompuesta cayéndose hacia donde estábamos nosotros y detrás de ella un individuo farfullando no se que cosa, hasta que logré comprender algo: otra chica con ataque de nervios y además… italiana. Pues si que son blandos estos espaguetis.
De repente, cuando aquella situación estaba a punto de estallar ocurrió lo inesperado: alguien gritó “los cuartos, los cuartos” y todo el mundo se quedó quieto y parado. Yo miré para arriba, para unos balcones del Hotel Europa que estaban llenos de gente y ví a un fulano en posición de “preparados para tomarse las uvas”. Rápidamente eché mano de las uvas que llevaba en el bolsillo del chaquetón y aguzé el oído para las campanadas.
Me tomé las uvas oyendo las campanadas como todos los años. Mi hija y mi mujer las tomaron viendo un monitor de televisión de uno de los camiones. Las italianas se recuperaron y miraban a todos lados sin entender nada. Un hijoputa descorchó una botella de champán desde un balcón del Hotel Europa duchando a todos los que se encontraban en la parte de abajo, en plan Dani Pedrosa.
A los 2 o 3 minutos de haber terminado las campanadas todo el gentío que momentos antes porfiaba por llegar a la plaza se dispersó como por arte de magia y ya solo se veían grupitos de personas hablando de sus cosas, comentando la jugada, como si nada hubiera pasado.
Y allí quedamos nosotros, mirándonos y diciendo: “aquí va a ocurrir una desgracia algún año”. Yo sudaba como si hubiera subido hasta las antenas en el grupo de Manolo. Mi hija seguía chateando como si tal cosa. Mi mujer discutía con el de seguridad preguntando qué harían si se producía una desgracia, si hubiera que sacar a alguien con urgencia. El de seguridad contestaba que a él no le dijera nada que él era un mandado. Mi hijo decía que mejor nos hubiéramos quedado en casa mirando las campanadas en el ordenador…A las 0,25 h. del día 1 de enero de 2012 volvimos a pillar el metro en Callao y para casa, fustrados por la desagradable e intensa experiencia vivida momentos antes.
Bueno amigos, no os doy mas la vara. Quería desahogarme un poco y contaros las vicisitudes vividas las últimas horas de último día del año y deciros que como en casita en ningún lado.
Feliz Año a todos.
Cuñao
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